En diciembre, las autoridades resolvieron sacar el cielo raso, construido con unos paneles de aluminio que eran usados para atenuar el efecto de la luz artificial.

La decisión fue consecuencia de la peligrosidad de su caída, ya que últimamente se estaban desprendiendo con frecuencia y ello suponía un gran riesgo para quienes hacían uso de la sala.

Sin embargo, no se tomaron los recaudos necesarios y tampoco se previeron alternativas para su arreglo posterior; ni siquiera un presupuesto que permitiera afrontar el gasto de las reparaciones.

Desde entonces, el sector permanece cerrado y se estima que recién volvería a funcionar en octubre próximo. Claro que esa información es de pasillo, pues desde la cúspide dirigencial no hay comentarios al respecto…

Así, se pueden ver fluorescentes que cuelgan del techo y zunchos que exhiben con dramatismo el típico “lo atamos con alambre”.

Asimismo, como se observa en una de las fotografías, hay una ventana cuya claridad resalta sobre la del resto; sucede que allí directamente no hay vidrio sino un agujero que conecta con el exterior y permite el paso de las palomas y del agua (cada vez que llueve).

Otra de las cuestiones lamentables es que no se han tomado medidas para la preservación de la colección de libros emplazada en ese espacio. Lo único que se ha hecho es proteger las obras cubriéndolas con papel de diario y gracias a la voluntad de un empleado que se ocupó pero que no tuvo al alcance una mejor solución.

Lo peor, de acuerdo a los datos que Cazador de Noticias pudo recabar, es que ese material es valiosísimo e irrecuperable si llegara a estropearse.