“No nos dejan otra opción”, dice Federico Angeleri, director del grupo empresario Marechiare, sobre la decisión de cierre de empresa industrial que tiene más de 50 años de historia. La situación que atraviesan refleja el estado de toda la industria del atún y enlatados, que está trastocada por la crisis generada por la caída del consumo, los altos costos de producción y el avance de las importaciones de las compañías líderes del mercado. De las 35 plantas conserveras que había en Mar del Plata, solo han sobrevivido cinco, y advierten que para paliar este presente, intentarán llevar adelante una reconversión forzada.
Para contener la situación y evitar salir del circuito, están analizando darle una vuelta de tuerca a la firma y apuntar a otro modelo de negocio. “Vemos que no hay acompañamiento del Gobierno. Seguramente migremos hacia un modelo basado en la comercialización de productos importados. ¡No nos dejan otra opción! Los precios de venta de la caballa están congelados desde diciembre de 2023; han aumentado menos de un 10%. En paralelo, hemos tenido una caída de ventas superior al 60%. ¡Esto no es un caso aislado!”, puntualizó. Las compañías más grandes y referentes del negocio del atún y las sardinas atraviesan el mismo escenario, con una fuerte caída en el consumo a nivel nacional.
Con el colapso del negocio de la caballa, Marechiare virará ahora a importar productos listos para vender, con marca terminada, desde Ecuador. Es un giro rotundo, doloroso, pero inevitable. “Vamos a seguir existiendo, pero no como antes. Ya no somos industria, somos distribuidores”, admite Angeleri. Una empresa que sostiene más de 100 trabajadores, hornos encendidos día y noche, barcos trayendo materia prima local, hoy se reduce a un depósito y un escritorio de importación.
La caballa que se pescaba frente a las costas argentinas, que se descabezaba y evisceraba en tierra, y que se transformaba en símbolo de calidad nacional, será reemplazada por latas extranjeras.
La historia de Marechiare no es solo la de una empresa que cae. Es la historia de un modelo que se rompe, de una ciudad que pierde otra pieza de su identidad productiva, y de un país que parece no buscar el caldo de cultivo para el desarrollo industrial.
Hace medio siglo, Mar del Plata era una potencia conservera. Hoy, cada cierre es un obituario más en la memoria económica del país. Y la sensación que queda es la de abandono. “La industria pesquera argentina ya no es negocio”, repite Angeleri como quien dicta una sentencia.
En este nuevo capítulo, Marechiare no será más fábrica ni marca nacional. Será el nombre en una etiqueta en una lata que llegó en un contenedor, desde algún puerto del Pacífico. Y eso, quizás, es lo más triste de todo. Producir e industrializar, hoy en la Argentina parece un privilegio o un suicidio económico.
