El 30 de abril se estrenó a nivel mundial la esperada serie El Eternauta, la adaptación de la historieta argentina más emblemática de todas. Con producción de Netflix, dirección de Bruno Stagnaro y Ricardo Darín en el rol protagónico, la historia creada por Héctor Oesterheld volvió al centro de la escena cultural. Y con ella, también volvió el recuerdo incómodo de quienes alguna vez intentaron censurarla. O al menos, restringir su acceso. Entre ellos, Mauricio Macri.
Corría el año 2012 y Macri era jefe de Gobierno porteño. En plena cruzada contra lo que él consideraba “adoctrinamiento político en las escuelas“, lanzó una línea telefónica (popularmente célebre como “0800 Buchón”) para que padres y alumnos denunciaran a docentes que supuestamente bajaban línea partidaria.
En ese contexto, cuando le preguntaron por el uso de El Eternauta en las aulas, el entonces jefe de Gobierno fue tajante: “Definitivamente no entra”. Así, sin más. Una obra literaria fundamental para entender la resistencia, la memoria y el sentido colectivo, descartada como si se tratara de un panfleto cualquiera.
La frase quedó registrada y no admite interpretaciones. El que prohibía era él. El que asociaba una obra de ciencia ficción cargada de simbolismo político a un aparato de adoctrinamiento era él. El que subestimaba a los estudiantes, negándoles el acceso a una obra crítica, compleja y profundamente argentina, también era él.
Al día siguiente de sus declaraciones, intentó lavarse las manos: “Me expresé mal. El problema no es El Eternauta, sino El Nestornauta”, dijo, refiriéndose a la versión ‘militante’ del personaje adaptada por sectores kirchneristas.
Demasiado tarde. Ya había quedado en evidencia su desprecio por una de las piezas más poderosas de la literatura nacional. Y sobre todo, su incomodidad frente a cualquier narrativa que cuestione el poder o proponga imaginar una organización popular ante la catástrofe.
Hoy, más de una década después, El Eternauta no solo entra a los colegios: entra a las casas de millones de personas en todo el mundo, desde la pantalla de Netflix. Y lo hace con fuerza, con presupuesto, con el talento de artistas que supieron comprender su espíritu.
Pero también entra con su carga política, con su historia trágica —la del propio Oesterheld, y sus 4 hijas desaparecidos por la dictadura— y con su mensaje de fondo: el héroe no es uno, sino un colectivo.
Macri, mientras tanto, queda en el lugar que mejor lo representa: el de aquel que quiso clausurar el pensamiento crítico, el arte incómodo, la memoria militante. El de quien quiso tapar con decretos lo que hoy brilla en pantalla gigante. El odiador de “orkos”.
La serie es un éxito. Macri, un meme viejo. Y El Eternauta, más eterno que nunca.
