Por Luis Gotte
La trinchera bonaerense
En una Argentina donde el ruido mediático sofoca la verdad y nuestro pueblo es conducido hacia una democracia ilusoria, la traición se ha institucionalizado desde 1861. Los Judas modernos, por unas monedas, entregan la Patria, mientras los Barrabases son aclamados por el voto ciudadano. Seguimos siendo un pueblo que está solo y espera, un pueblo que sueña su propia resurrección.
Cada Semana Santa recrea un drama eterno: un pueblo gritando “¡Crucifíquenlo!”, mientras libera a un ladrón. La verdad es silenciada, la justicia burlada y la traición paga con oro. Argentina también ha vivido su vía crucis. Desde que Mitre impuso un modelo ajeno a la tradición hispanoamericana, el pueblo ha sido forzado a elegir entre Barrabases de la propaganda y Cristos anónimos sacrificados por la causa nacional. Un Sanedrín invisible -el estado profundo- ha dirigido la democracia. Siempre hubo Judas: políticos, periodistas, intelectuales vendidos. Pero también momentos luminosos. Federales, yrigoyenistas, peronistas encarnaron la resistencia, cargando la cruz del pueblo. Fueron breves, pero suficientes para que la historia no sea solo sangre y traición.
No basta esperar un Salvador. Necesitamos un nuevo Tomás de Aquino que ordene las verdades, que construya una Suma Teológica de la Patria. Sin unidad de concepción no hay acción común, sin acción, no hay Resurrección. La salvación vendrá de un pueblo que comprenda su misión. Cristo no fue elegido por multitudes, sino por el Padre. Nuestra tarea es construir una comunidad organizada, con doctrina clara y conducción legítima. Solo así dejaremos de elegir a Barrabás y de besar a Judas. La cruz del pueblo será su victoria.
Desde 1861, con Mitre, la Argentina inició su calvario. No fue solo un cambio de gobierno, sino la imposición de un modelo unitarista, liberal, extranjerizante, que desplazó al federalismo hispano, criollo, mestizo, católico. En el puerto, una minoría aliada a intereses británicos consolidó su dominio con sangre y oro. Los Judas proliferaron: políticos que cambiaban principios por cargos, periodistas que narran la verdad de los vencedores, académicos que enterraban la memoria popular. El pueblo, manipulado, gritó “¡Crucifíquenlo!” al elegir presidentes que firmaron pactos con potencias enemigas, festejar privatizaciones o aplaudir a jueces que lo arrojaban al hambre. No por maldad, sino porque el templo de la información estaba en manos del Sanedrín, y la voz del pueblo profundo -el interior, el obrero, la madre humilde- era silenciada.
Hubo resurrecciones. En 1916, Yrigoyen trajo esperanza. Con Perón y Evita, la justicia social, la independencia económica y la soberanía política se encarnaron. Por eso los persiguieron, proscribieron, difamaron. Los Barrabás no fueron simples delincuentes, sino banqueros disfrazados de estadistas, vendepatrias con sonrisa televisiva. Usaron la democracia como Pilatos, lavándose las manos mientras entregaban al pueblo a corporaciones. Cada intento de romper esas cadenas enfrentó golpes, proscripciones, endeudamientos, traiciones. Pero la cruz sigue en pie. La fe del pueblo en la justicia, la memoria de los mártires, el fuego en villas y sindicatos no muere. Hay un dolor que purifica, una esperanza que resiste.
El Sanedrín moderno opera como estado profundo: una red de poder que trasciende gobiernos. No lleva túnicas, sino trajes, diplomas extranjeros, pasaportes. Jueces, operadores judiciales, dueños de medios, embajadores, académicos pagados por fundaciones, CEOs, jerarcas internacionales, servicios de inteligencia forman este Sanedrín criollo. No se presentan a elecciones, pero deciden candidatos. No hacen campaña, pero dictan debates. No gobiernan con decretos, pero redactan lineamientos del FMI. Buscan control, no verdad ni justicia. Necesitan Judas internos -políticos dóciles, periodistas serviles- comprados con transferencias, contratos, embajadas, fundaciones globalistas. Un estado paralelo administra la decadencia con rostro de legalidad, condenando a la Patria a la cruz del endeudamiento y la pobreza.
Pero la trama no termina en traición. Hay apóstoles, cristianos de la política, milicianos de la fe nacional. La redención empieza cuando el pueblo deja de gritar “¡Crucifíquenlo!” y carga la cruz con sus hermanos, escribiendo su evangelio de liberación.
Como Cristo, el pueblo argentino ha sido flagelado, humillado, cargado con la cruz del empobrecimiento. Pero se levanta. Cada vez que cae, perdona. Cada vez que lo crucifican, resucita. No es una masa pasiva, sino un cuerpo místico con el fuego de la historia. Perón lo dijo: “solo el pueblo salvará al pueblo”. Es una verdad cristiana: la salvación viene del corazón sufriente de la comunidad organizada. Evita lo vivió: “donde hay una necesidad, nace un derecho”. No repartió dádivas; levantó hospitales, escuelas, institutos. El Papa Francisco denunció una “economía que mata” y llamó a una política al servicio del bien común. Sus encíclicas reencarnan el Sermón de la Montaña: no hay paz sin pan, ni libertad sin fraternidad.
Para ser redentor, el pueblo necesita conciencia formada en el dolor, la memoria, la lucha. Urge una nueva Suma Teológica hispanoamericana, cristiana, nacional, que ordene verdades, defina enemigos. Una doctrina para vivir, que una la cruz con la espada, el Evangelio con la justicia social, la fe con la organización. Sin conducción, el pueblo es un cuerpo sin cabeza. Sin doctrina, la conducción es ciega. La redención vendrá cuando el pueblo elija un conductor servidor, profeta, pastor, con una conciencia colectiva que rechace traidores y elija patriotas con fe y amor.
La Resurrección no fue solo un milagro, sino el inicio de una era. Nuestra esperanza no está en repúblicas liberales ni caudillismos vacíos, sino en una Comunidad Organizada, inspirada en el cristianismo de obras. Necesitamos un nuevo Tomás de Aquino popular, que recoja las encíclicas, el legado peronista, el alma hispánica, la realidad de nuestros barrios. Un pensador que defina libertad frente a libertinaje, justicia social frente a asistencialismo, democracia real frente a teatro de sombras. Que denuncie a los fariseos que entregan la Patria y a los Herodes que promueven muerte disfrazada de progreso.
Esta cristiandad será hispanoamericana, nacida en comunidades, sindicatos, cooperativas, parroquias, escuelas, clubes. El Reino de Dios se construye con justicia, manos callosas, militancia, no con tecnocracia neoliberal. El pueblo necesita doctrina que ilumine, conducción que organice, mística que eleve. Cuando esa comunidad se organice, cuando su evangelio social se predique, los Judas se quedarán sin monedas, los Barrabás sin aplausos, y el Cristo de los pueblos caminará entre nosotros. Resucitará una Argentina justa, libre, soberana.
Nos han hecho creer que la traición es astucia, la mentira política, el egoísmo liberal. Pero el alma del pueblo late bajo las cenizas, esperando su redención. El día llegará, cuando las campanas anuncien un tiempo de comunidad, justicia, pan repartido con amor. Cuando la Patria sea madre, bandera, altar. Cuando el pueblo descubra que no necesita modelos foráneos, solo doctrina, coraje, amor. Ese día germinará como siembra silenciosa, imparable. No hay fuerza más poderosa que la verdad encarnada en un pueblo que se organiza, se levanta, se salva.
Entonces, el Pueblo será Cristo. Y la Patria, su Reino.
Aclaración: La opinión vertida en este espacio no siempre coincide con el pensamiento de la Dirección General.
